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domingo, 9 de octubre de 2011

Lectura e interdicción: entre palabra y palabra, el silencio

"La vigencia del texto resulta de las tendencias dialécticas que se establecen entre la isogoría y la alegoría, lo que permanece y lo que se interpreta, entre lo que se dice y lo que se calla o, mejor dicho, entre lo que se dice y lo que se quiere decir, pero que no se dice.
Afirman los lingüistas que todo lo que se quiere decir se puede decir. Esta afirmación se basa en "el principio de  expresabilidad" formulado por John Searle: "todo lo que se puede querer significar puede ser dicho"; cualquier intención, por "inconfesable" que sea, puede hacerse explícita dentro de los marcos de una lengua dada pero, a pesar de eso, ninguna explicitez llega a agotar lo que se quiere decir; por el contrario, ella misma formula una nueva intención.
Apenas una intención se hace explícita, allí mismo ya se está implicando otra, y así sucesivamente. Es inútil intentar alcanzar una "decibilidad" última, pero la inutilidad del intento no quiere decir que lo derogue ni que se esté frente a un misterio inefable, extraordinario, ni que la verdad oculta sea tan secreta que no pueda ser expresada con palabras; solo cierta impresión de contrariedad por no poder llegar hasta el fin.
Siempre cabe una verbalización más; por eso mismo, la intención no se suprime, queda en suspenso. Una nueva expresión desencadena un nuevo ocultamiento, un nuevo silencio y, como ocurre con la semiosis ilimitada de Charles S. Peirce, el proceso no se termina: en la dinámica del silencio también se afirma la semiosis ilimitada del texto. Nadie es dueño de la última palabra, tampoco del último silencio.(...)
Reticencias del texto
Al personaje de Beckett no le ocurre nada; desprovisto de miembros y de órganos permanece - como otros personajes- reducido a la contr-acción forzada "de una bestia nacida en jaula de bestias nacidas en jaula de bestias nacida en jaula (...)", ignora su identidad, tampoco conoce su nombre ni el pronombre que le conviene pero no para de hablar; hecho de palabras -es un hecho de palabras- que no son suyas, apenas los desechos dejados por otros, existe diciéndolas. No sabe de dónde vienen pero, aún así, no puede dejar de repetirlas, porque es indispensable no olvidar -ni una sola vez- que esa verbosidad continua es su única manera de existir ya que en el texto todo es una cuestión de voz: "son palabras eso que pasa", un discurso sin interrupción, palabras que se pronuncian sólo para evitar el silencio y, contradictoriamente, llegar a alcanzarlo. Aparte de eso, no hay nada.
Beckett no duda en repetirlo con todas las palabras y, aunque los demás escritores aparenten ignorarlo o no lo manifiesten con tanta crudeza, se sabe que el texto no puede ser otra cosa: palabras repetidas y silencio.
Borges, Beckett, Blanchot, no son los únicos escritores que han sentido la tentación silenciosa como un umbral contradictorio de resonancias y vacío, un límite de incertidumbre y acogimiento; el silencio es el espacio necesario para el encuentro y la recepción pero es también el espacio de riesgo. Blanchot no puede olvidar que "cuando todo está dicho, lo que queda por decir es el desastre" y que "el desastre se hace cargo de todo".
Paralelamente a esta obsesiva persistencia estética, en los últimos años las preocupaciones teóricas han seguido, o anticipado o coincidido: es muy difícil observar sinópticamente los momentos correspondientes a una búsqueda y a otras búsquedas -este ambiguo acogimiento del silencio bien de cerca.
Espacio de doble dimensión: condición de lectura y necesidad literaria, el silencio como tema y procedimiento ha hecho recurrentemente su entrada en literatura, cifrando aspiraciones y aprensiones, profecías y comprobaciones, rechazo de hablar hablados."

Lisa Block de Behar, Una retórica de silencio.

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